A lo largo de mi vida, han ido apareciendo diferentes puentes.
El del Arte, por el que transita mi mundo interior y mi mundo exterior.
El de la Vida en donde se conjuga lo espiritual y lo terrenal.
El de las Relaciones, en donde se manifiesta lo divino y lo humano.
… de vez en cuando también he practicado puenting sin cuerdas, sin arneses, sin paracaídas… sin colchón que amortigüe el golpe. Ese lanzarme al vacío, sin nada, quedándome ahí, flotando sobre el abismo, como los ángeles pero sin alas y con el estómago encogido.
Luego están los otros puentes, los que se pisan, a los que te agarras, o de los que desconfías, como el de la foto.
Nepal, tierra de polaridades: cumbres majestuosas, bosques de rododendros, paisajes desérticos. Pueblo humilde de gentes sencillas y pobres. Sus puentes combinan los dos aspectos; fragilidad y resistencia, sencillez y dureza.
Cada vez que tenia que cruzar uno de ellos me quedaba quieta, congelada, convencida que sus cuerdas gastadas, sus agujeros tapados con grandes piedras, y su balanceo no aguantarían mi paso; mi peso. Entonces, hasta que reunía el coraje de pasar siempre aparecía, de quien sabe donde, una caravana de 70 o 90 burritos que a paso lento y sin titubear cruzaban por el puente, uno detrás del otro… y claro, la última borrica en pasar era yo.
Tat (gener/07)
Articulo publicado para el blog «Puentes»